Iniciamos el ascenso al cerro de Las Tres Cruces a las 8.10 am. El camino está inicialmente en escalones de concreto y más adelante ya es únicamente tierra dura y arcillosa que por momentos se subdivide en varias rutas que siempre convergen sobre la más antigua por la que ascienden y descienden gran cantidad de caminantes de todas las edades, sexos y condiciones sociales. Recién iniciando, encontramos a un personaje que según nos cuenta Olaya como conocedor del entorno, es el que a motu proprio y desde siempre se ha dedicado a la conservación del camino, haciéndole salidas para las escorrentías, escalones en la misma tierra y arreglos de toda índole, recibiendo por ello de los caminantes lo que a bien tenga cada quién regalarle a modo de agradecimiento.
El ascenso es duro; pero ver a tanta gente hacia arriba y hacia abajo anima al más perezoso y hacia el lado que se mire el paisaje es hermoso. Las nuevas construcciones se llevan el premio por la gran cantidad y belleza, que aunque cada día estén más pegadas a la zona rural y contaminen de algún modo el paisaje, no hay que dejar de reconocer que son necesarias para albergar a los habitantes de una ciudad que todos los días crece y progresa más.
Hasta los perros se divierten caminando con sus dueños y pierden su natural agresividad al corretear libres por el entorno; grandes, chicos, gordos, flacos, pelados, peludos etc. etc. De varias razas o sin raza, pero todos con sus amos y amigos. Muchachas bonitas y otras no tanto ni lo uno ni lo otro; muchachos, niños
viejos y ciclistas; si, dos ciclistas nos encontramos casi llegando arriba que de pronto arrancan falda abajo como una exhalación y uno no sabe si admirarlos o condenarlos por semejante locura. Una dama de edad indefinible como todas ellas, bajaba descalza con sus zapatos al hombro. A su paso le dije que si estaba conectada con la madre tierra y de inmediato nos entró con su cuento de la conexión con el entorno, las descargas de energías negativas y todo lo demás que nuestro Lobato le escuchó gustoso al mismo tiempo que la piropeaba sin descanso. Por fin arribamos a la meta inicial.
El Cerro de Las Tres Cruces domina desde el sur occidente la ciudad y aunque la bruma matinal aun no se despejaba, algo nos dejó ver, especialmente un rayo de sol colándose por entre las nubes, que la contaminación hacía más vistoso, como paradoja de la realidad. Olaya rodilla en tierra, cabeza baja y a la vista de las tres cruces da gracias por sus razones. Luego se pone de pie y nos dice: Para poder dar gracias aquí tiene que ser así; de otro modo, viendo tanto paisaje es imposible. El desfile de mujeres hermosas no cesaba…
Arriba en la cima hay tres cruces de mediano tamaño y hechas en tubería que dominan en entorno, la del centro con una imagen de Cristo pintada en una lata galvanizada y pegada a ésta. Atrás de las cruces, una casucha guarece de la intemperie a don Mario y sus ayudantes, que montaron mecatiadero para caminantes justo al lado de la alambrada que separa su propiedad, pero al lado del terreno en que están las cruces; pasando por sus terrenos llevan hasta el lugar todo lo que necesitan para venderles a los caminantes. Cada quién tomó lo suyo y de inmediato seguimos la ruta demarcada por el camino trillado por los caminantes sobre el lomo de la montaña. Desde este lugar salen senderos que van hasta San Antonio de Prado, Itagüí y con toda seguridad hacia otros puntos del sur occidente de la ciudad. Saliendo del chuzo mecatero y cerca a las alambradas y algunas rocas, un grupo de muchachos junto a una mujer adulta fumaban marihuana con deleite y hasta intentaron en un momento dado de atacar a un joven que llegaba al lugar en motocicleta. Algo, tal vez nuestra presencia, los hizo desistir de su intento y siguieron en su fumata.
Caminamos un buen rato la trocha y hasta nos encontramos a un sujeto en posición yoga meditando que ni se dio por enterado de nuestro paso a escasos 15 metros de donde se encontraba sumido en su cuento. Varias veces cambiamos de lado del alambrado hasta que salimos a un camino vecinal asfaltado y empezamos a bajar la cuesta. Fincas de recreo y algunas con cultivos grandes de pancoger bordean el camino. Algunas en venta, otras en construcción, otras abandonadas y varias explanaciones bordeadas por vías de acceso plantean la urbanización del campo, que no la ruralización de la ciudad.
Bajando, bajando nos fuimos acercando a los barrios más alejados de la ciudad por este lado. Vimos de anotar, varios derrumbes ya en tratamiento, una buena vía asfaltada, escuelas nuevas y gentes amables que respondían nuestros saludos.
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